Seguida la publicación de este editorial las redes sociales se alzaron en llamas comentando sobre dicho artículo. Muchos de los comentarios compartían la frustración de Sofía, pero la gran mayoría le criticaron su actitud. Gente la llamó "niña rica", la tacharon irónicamente de "pobrecita", le dijeron que se fuera y que no estorbara, o le cuestionaron su lealtad nacional por querer poner sus intereses personales por encima del país.
Yo leí con atención estos comentarios, y en su momento me abstuve de aportar mi opinión, pero me impresionó la facilidad y rapidez con la que la gente la juzgo y la condenó. Es muy fácil criticar y comentar sobre situaciones ajenas – sin realmente entender el contexto completo de la decisión de irse.
Resulta que yo me encuentro en una situación similar a la de Sofía. Hace ocho años y medio salí del país. Según yo me iba a ir por dos años mientras sacaba una maestría y luego me iba a regresar. Pues resulta que la maestría dio paso a un doctorado; el estudio dio paso a un trabajo; el muchacho soltero conoció a una muchacha, se enamoró, se casó, tuvo un hijo y viene otro en camino; y las dos maletas se convirtieron en una casa llena de chunches. Y todo esto en un abrir y cerrar de ojos.
Ahora me toca a mi regresar a Costa Rica, para cumplir con el requisito de la beca con la que me fui. Y me encuentro debatiendo internamente una dicotomía de sentimientos opuestos. Hay muchas cosas que se sacrifican al irse y al regresarse del país. Las personas que nos vamos – sean cuales sean las circunstancias – sacrificamos tanto a la salida como al regreso. Desconozco de los particulares de la situación de Sofía, pero si les puedo compartir los sacrificios y que yo hice al irme, y los sacrificios que voy a hacer al regresarme. Comparto esto con la intención de la que la próxima vez de que alguien vaya a juzgar a una persona por irse o por no querer regresarse, lo piense dos veces.
Empecemos con la que voy a dejar atrás al regresarme a Costa Rica.
- Voy a dejar una cuidad preciosa, limpia y ordenada. Con una escena cultural impresionante, llena música, teatro, museos y restaurantes por doquier.
- Voy a dejar un sistema de transporte público de primera. Acá yo manejo un promedio de 2 horas por semana. Voy y vengo al trabajo en tren; tiempo que uso para leer, escuchar música, trabajar o dormir. Pasar de esto a las presas de San José y a la manera terrible en la que manejamos los ticos no me llama la atención – y aterroriza a mi esposa norteamericana.
- Si bien la cuidad en la que vivo (Chicago) es considerada una de las ciudades más peligrosas de los EEUU, yo nunca me he sentido en peligro. Parqueo el carro en la calle, mi casa no tiene rejas, y se puede salir a pie a cualquier hora. En contraste, de joven en la calle de la Amargura a punta de pistola hasta los zapatos me quitaron.
- Voy a dejar un trabajo (ingeniero de software en Google) que la verdad es tan chiva, que yo creo que lo haría de gratis. Trabajo en una empresa dinámica, prácticamente sin burocracia, donde la gente tiene autoridad y autonomía, y se surge a base de méritos. La tecnología que tenemos disponible es impresionante. Y tras de eso tengo el placer de trabajar con el grupo de personas más inteligente que jamás he conocido.
- El aspecto financiero es probablemente el de mayor impacto. Si bien es cierto que el dinero no compra la felicidad, si otorga una cierta tranquilidad el saber que no se tienen preocupaciones financieras. ¿Qué haría usted si le dicen?: "muchacho regrésese a Costa Rica, y le vamos a pagar el 20% de lo que estaba ganando. No le vamos a dar acciones ni bonos. No le vamos a pagar su celular o el Internet de su casa, ni le vamos a dar de comer dos veces por día. No le vamos a aportar el 50% de lo que usted aporte a su fondo de pensiones. Ah, y no le vamos a regalar los últimos aparatos tecnológicos.” ¿Suena genial verdad? Ya quisiera ver a todos los que dijeron que ellos si se regresarían si tuvieran que sacrificar el bienestar financiero de su familia...
- El clima, la naturaleza y las playas me hacen falta. Me hace falta despertarme y ver la montañas de Escazú, o poder salir del trabajo un viernes y manejar a la playa. Precisamente mientras escribo esto estamos con un viento que alcanza los -30 grados Centígrados, y hay unos 15cm de nieve afuera de mi casa.
- Mis amigos. Las amistades que se forjan en la niñez y adolescencia no se pueden replicar de adulto. Hay muchas personas que fueron muy cercanas en el colegio o en la universidad que llevo años sin ver... con suerte ahora que regrese podré reconectar con ellos.
- Pero nada se compara con el estar lejos de la familia. Ver a mi mamá y a mi papá unas dos o tres veces por año es difícil. Cuando me fui la mayoría de mis primos eran chiquillos, ahora son jóvenes adultos, y por lo que veo en Facebook son personas interesantes e inteligentes. Me duele no conocerlos, y que ellos no me conozcan a mi. Y pocas cosas me dolieron tanto como no poder estar con mi abuela cuando mi abuelo falleció. El peso de irse se siente en momentos como esos.